Esta semana la informática ha superado un nuevo hito. Watson, el superordenador entrenado por IBM ha logrado su objetivo ganando el concurso estadounidense Jeopardy. La dificultad no estaba en conseguir que una máquina superase a un humano, algo que ya se logró hace quince años cuando Deep Blue derrotó al entonces campeón del mundo de ajedrez Kasparov. El quid en este asunto radicaba en la capacidad de Watson para entender las preguntas y seleccionar las mejores respuestas en función de los datos que almacenaba en sus discos duros.
La estructura del concurso es sencilla, para un humano. Breves preguntas de trivia, categorizadas por temática y dificultad a las que hay que responder en el menor tiempo posible. El grado de complejidad de la pregunta, en el caso de la máquina, no viene dado por los cálculos matemáticos enrevesados o por las fechas históricas más difíciles de memorizar. Para Watson, lo realmente difícil era traducir a unos y ceros un lenguaje común, con frecuentes coloquialismos y juegos de palabras. Y empatizar no es desde luego el punto fuerte de las máquinas. No al menos hasta ahora.
Un desarrollo de cuatro años, una capacidad de cálculo de 80 trillones de operaciones por segundo, 2800 procesadores y 16 TB de memoria de trabajo con otros 4 TB de discos duros en los que se almacenaban unas 200 millones de páginas de contenidos. Y sin embargo todo esto no hubiera servido de nada sin DeepQA, el programa que hace de Watson una máquina capaz de comunicarse con los humanos de forma directa.
La principal diferencia entre Watson y el que podríamos considerar su padre, Deep Blue, está en la capacidad del primero de entrar en el terreno de lo ambiguo y de lo natural. Nadie duda ya de la superioridad de la informática a la hora de resolver ecuaciones o almacenar datos en la memoria, sin embargo la última frontera de la interacción entre humanos e Inteligencia Artificial está por descubrir. La hazaña de Watson será quizá una huella más de este camino, pero ha despertado las esperanzas de mucha gente.
Por supuesto no falta quien empieza a plantearse el futuro laboral de los médicos. Por el momento son simples ideaciones delirantes, pero desde luego ya no son las vagas alucinaciones de unas mentes trasnochadas.
¿Llegará el momento en el que cedamos a las máquinas el relevo del pensamiento?