Quienes navegamos varias horas por día leyendo contenidos y realizando gestiones online estamos tristemente familiarizados con términos relativos al fraude en su vertiente más actual. Cracking, phishing, spoofing, pharming son términos usados para nombrar los nuevos modelos de estafa utilizados en Internet. Sin embargo las estafas más efectivas no se basan en nuevos métodos si no en algunos tan antiguos como la charlatanería y las debilidades humanas.
Con la desaparición de determinados tabús sexuales y la facilidad de difusión a través de la Red los avances en farmacología han sido aprovechados por algunos para generar negocio. El mercado negro en Internet mueve al año más dinero que el PIB de Angola, sólo en España unos 500 millones -aunque probablemente sea más- durante el año 2009. Frente a estos datos los 800 USD que cuesta enviar un millón de correos basura parecen insignificantes.
La aparición de sitios web disfrazados de Farmacias online y el envío masivo de spam a través de redes criminales establecidas en países como Rusia o China está generando una enorme brecha de seguridad para la Sanidad en aquellos países en los que la potencia económica de sus habitantes les hace perder la perspectiva del engaño.
No es tanto un problema económico (cada una de estas campañas de spam genera unos 4000 USD diarios), se trata sobre todo de un problema sanitario. Y es que incluso en el raro caso de que las pastillas que recibamos no sean placebo o alguna combinación que pueda resultar dañina, las garantías sobre su estado de conservación son nulas. Si lo multiplicamos por los 11 millones (pdf) de personas que han comprado este tipo de productos desde nuestro país la seguridad de los pacientes queda mermada.
Un estudio llevado a cabo por la OCU evidenció que las condiciones de envío de estos fármacos son deplorables. Cajetillas abiertas, blisters envueltos en papel de periódico, cápsulas rotas, prospectos incomprensibles, etc. Y todo esto además a un precio mayor que en cualquiera de las farmacias de nuestras calles.
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