GlaxoSmithKline (GSK o Glaxo a secas) es una de las compañías farmacéuticas más potentes a nivel mundial, en concreto la segunda, justo por detrás de Pfizer. De ello presumen en sus páginas web corporativas y demuestran que su poderío es además multiétnico y caritativo destacando noticias de su concienzuda lucha contra la filariasis y otras enfermedades tropicales olvidadas. El acompañamiento con imágenes de niños de aspecto cingalés maravillados con unas pastillas hace que la compañía se venda sola.
Y es ese aspecto, el de las ventas, el que más hace sacar pecho a los inversores de la empresa. La diversificación de productos ha sido enorme desde que empezaran vendiendo laxantes a mediados del siglo XIX en Inglaterra1. En la actualidad sus fármacos más vendidos son la Paroxetina (antidepresivo ISRS), Lamotrigina (antiepiléptico y eutimizante), Seretide (combinado de salmeterol y fluticasona), Bupropion (antidepresivo); pero también el ya retirado2 -aunque todavía disponible- Avandia para la DM tipo 2 y otros productos como parches de nicotina o pasta de dientes.
También han fallado.
Existen diversos y conocidos puntos calientes en cuanto a la seguridad de la empresa, o más bien falta de esta, con algunos de sus fármacos más importantes. Es el caso de la Paroxetina que ha sido asociada a un aumento de ideaciones suicidas3 y que además se ha visto envuelta en un caso de fraude de patentes para mantener su monopolio bloqueando la producción de genéricos4.
Además la imagen bondadosa y caritativa de la empresa quedó dañada en 2005 cuando la AIDS Healthcare Foundation acusó a Glaxo de frenar la producción de AZT para generar escasez, lo que afectó a un buen número de pacientes en África. Poco después GSK lanzó una campaña de descuentos de hasta el 30% en el precio de sus fármacos para los países en vías de desarrollo y firmó un acuerdo con una compañía sudafricana que se encargaría de las versiones genéricas de dos de sus retrovirales (incluyendo la AZT)5.
Los desaciertos de la compañía son tan largos de contar como los de cualquier otra gran empresa -farmacéutica o no- fieles a su lema Do more. Algunos son de aspecto puramente legal, otros son más bien patinazos éticos, también los hay "de juzgado de guardia" y otros que en nuestro país serían casi alabados por su picaresca. Pero hay situaciones en las que la picaresca salta desde el género "pillo" del delito menor a una escala en la que se agradece saber hablar español para poder despachar como es debido.
Pero antes de empezar a faltar
Imaginemos por un momento que Glaxo hubiera decidido ahorrar unos cuantos millones retirando un poco del sabor mentolado de sus pastas de dientes. Nada grave, como mucho unos cuantos clientes decidirían darle una oportunidad a la "marca blanca" de su supermercado cuando Glaxo hiciera pública la medida.
Supongamos ahora que Glaxo nunca desvela el hecho de que desde hace unos días sus pastas de dientes tendrán menos sabor a menta. Tal vez algún sommelier percibirá el cambio y decidirá comentarlo en su Twitter generando un Efecto Streisand, con lo que la reacción global a la decisión hubiera sido peor que en el escenario anterior en el que Glaxo se comportaba como una empresa transparente.
Vamos a llegar al fondo de asunto. Hacemos un último ejercicio de imaginación y suponemos que Glaxo finalmente rectifica en su decisión retomando la composición original de su pasta de dientes, lanzando un comunicado bien redactado y premiando al soumilier con un lote de productos por ser un cliente tan fiel.
¿Crisis resuelta?
Sin duda alguna. Glaxo recupera la confianza de sus clientes que se sienten poderosos al haber provocado un cambio de actitud en la marca. El sommelier probablemente escribirá unas cuantas buenas críticas en su Twitter y con suerte hablará de vez en cuando de Glaxo. La opinión pública recibe un mensaje que incluye el concepto de "calidad" de la pasta de dientes de Glaxo y probablemente la empresa en vez de perder dinero por su decisión de mantener la formulación original habrá ganado nuevos clientes.
Y ahora vamos a despertar del sueño y volvamos a la realidad. La realidad en la que Glaxo adulteró las composiciones de varios de sus fármacos, la realidad en donde miles de pacientes recibieron tratamientos defectuosos y no fue un accidente. Si queréis podéis releer los últimos tres párrafos, sin imaginar nada, sólo cambiando «pasta de dientes» por «medicamentos», «sommelier» por «Cheryl Eckard» y «un lote de productos» por «70 millones de dólares».
La historia queda así:
Cheryl Eckard, supervisora de calidad de GSK, visita las instalaciones de la compañía en Cidra (Puerto Rico). La inspectora denuncia las irregularidades de la planta portorriqueña ante sus superiores en 2002 y es despedida en 2003. La denuncia sigue su curso pese al ridículo intento de acallar a la delatora y se crea un Efecto Streisand que hace que el fraude escale hasta las autoridades de la FDA.
Entre otros, Glaxo tuvo que admitir "errores" que han supuesto la comercialización de pastillas con mezclas de principios activos o ausencia de los mismos y que por lo tanto suponían un riesgo para la seguridad de los pacientes. Por dos motivos, por una parte los medicamentos no estaban siendo efectivos para tratar las patologías indicadas y por otra la administración de fármacos desconocidos pone en grave riesgo la salud. Además otro de los cargos imputados fue la posible contaminación por microorganismos de varios de los compuestos.
En total fueron 20 fármacos los que GSK estuvo comercializando sin garantías de seguridad durante cuatro años (2001-2005). Entre ellos algunos tan importantes como Paxil (Paroxetina), Kytril (Granisetrón), Bactroban (Mupirocina) o Avandamet (Rosiglitazona). Sin embargo, no hay evidencias de que se haya producido ningún daño en pacientes y la planta cerró en 2009 trasladando su producción a Aranda de Duero (Burgos).
¿Y al final qué pasa?
Pese a la multa de 540€ millones -70 son para Eckard, la delatora- probablemente el prestigio de Glaxo no se vea afectado. Al igual que en el ejemplo de la pasta de dientes. Y todo ello aun habiendo vendido gran parte de estos medicamentos adulterados al Medicaid, el sistema público de salud de los Estados Unidos para los más desfavorecidos.
De hecho el mensaje desde Glaxo ha sido contundente. Han llegado a un acuerdo por una cifra razonable, han premiado por su actitud -indirectamente- a la persona que destapó el fraude pese a haberla despedido de forma improcedente, han hecho publicidad de su marca y además han vendido una imagen de calidad en todos los medios anunciando el traslado a España de su producción un año antes de que saltara la noticia y a una de las "mejores instalaciones de Europa".
Me sorprende que no hayan aprovechado para achacar los riesgos cardíacos de la Rosiglitazona o las ideaciones suicidas de la Paroxetina a este incidente. Hubiera sido una jugada maestra que se hubieran tenido que repetir todos los estudios de seguridad pudiendo mantener así en el mercado sus productos por unos años más. Pero por si acaso, voy a dejar de dar ideas.
En fin, historias para no dormir, como aquella de la Wikipedia pero a lo grande. Por cierto, que lo contaban el El País y en The Medical News.
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